Treinta días antes del fin
La calle estaba desierta… mi ritmo era rápido, aunque nunca se me había dado muy bien “correr”, me gustaba. Durante una hora te olvidabas de que el mundo existía y lograba sumirme en un trance sanativo, que cicatrizaba todas las heridas que mi mente juvenil se autoinflijía con supuestos atentados a mi persona, cabreos impersonales contra el mundo, por no dejarme vivir sin necesidad de tener que trabajar y esforzarme, todo parecía ir contra mi, tenía que limpiar, lavarme, tratar bien a los demás y todo a pesar de mi rabia creciente por no saber hacer nada y no querer tampoco esforzarme en ello, el mundo no era justo conmigo.
Cada día estaba recorriendo cerca de 10 km, como imaginais eso era de lo que intentaba autoconvencerme, ya los hacía bastante deprisa, si puede decirse que una hora y media es un record para ello, cosa que no creo. Solía pararme a la media hora como mucho, con la lengua fuera y jadeando como un perrito insolente, que quisiese burlarse de su dueño y luego andaba tres cuartos de hora antes de animarme el último tramo a llegar corriendo a casa y meterme en la ducha creyéndome invencible.
Así pasó la mañana, recorriendo a paso rápido los alrededores de la ciudad, viendo como las farolas empezaban a apagarse a medida que se hacía de día. Esa mañana no tenía muchas cosas que hacer. Ya le dije a mi madre que no quería seguir estudiando que me iba a preparar para el ejercito y ella con un bufido me dejó, como hacía siempre, no sin antes advertirme lo que ya sabía que iba a pasar y yo terminaba entre gritos saliendo de casa y diciendo que me dejarán en paz, no me comprendían. A día de hoy puedo decir que mi madre solía tener razón "SIEMPRE" y puede que fuera eso lo que más me cabreara.
Viví con ella a solas prácticamente toda mi infancia.
Mi mamá se llamaba Amanda, era una mujer de 40 años, muy bien conservada, rubia, de ojos color miel, dulces y duros al mismo tiempo. Mi padre murió cuando yo tenía 5 años y apenas tengo un gran recuerdo de él. Un “bicho” de esos microscópicos se le metió por una herida pequeña y le infectó parte del brazo. Él creyó que era sólo una pequeña hinchazón debida a un golpe, grave error. El brazo se le grangrenó por no haber acudido de inmediato al hospital y antes de poder darse cuenta, llevaba 20 operaciones de limpieza de pus, que terminarón en un “shock tóxico” provocado por las toxinas que liberaba la gangrena en su avance, causándole un falló multi-orgánico que terminó finalmente con su vida.
Habían pasado ya 13 años desde aquello y mi madre estaba aun intentando rehacer su vida. Creo que recuerdo haberla oido llorar todas y cada una de las noches que recuerdo desde que pasó. En algunas ocasiones entraba y la abrazaba y hacia como si no me afectara la situación, eso si lo recordaba, al menos antes lo hacía, ahora creo que mi rabia y mi orgullo habían anestesiado esa parte importante de un ser humano llamada comprensión. No quería entrar, no quería ayudar, solo quería olvidar que alguna vez había tenido padre, estaba rabioso con él, por habernos abandonado, por haber muerto, lo culpaba de todo lo que iba mal en mi vida, por que si, era más fácil culparlo de todo, que darme cuenta del verdadero culpable de lo que pasaba en mi vida día a día.
Ahora empezaba a salir otra vez un poco con amigas y alguna vez había quedado con un hombre que conoció a cenar. Pero no era nada serio y no creía que en mucho tiempo pudiera serlo.
Yo no llore la perdida de mi padre, cierto que lo echaba de menos pero en el fondo de mi sabia que ahora estaría en un lugar mejor mi madre, mantenía las cosas de mi padre quería seguir teniendo una parte de él en su memoria, y eso le causaba mucho dolor.
Cuando llegaba de correr por las mañanas, mi madre me tenía preparado el desayuno. Qué me tomaba con rapidez. La verdad es que soy muy nervioso, excepto cuando me ponía hasta el culo de porros, o cuando me pasaba la tarde entera sin hacer nada hasta quew me dolia todo el cuerpo al levantarme del sillón claro.
Cuando llegué a casa, me tomé la leche con cola-cao, una magdalena y me duché. Al salir la tele estaba puesta en el salón y se oían las noticias. Eran las nueve y mi madre se iba a trabajar ya. Entraba en media hora, así que no tardaría mucho en irse.
En la tele, escuché la noticia de varios grandes incendios a lo largo de toda la capital. Una sala de cine, en Madrid, unas oficinas del centro y un listado de otros lugares menores que tenian en jaque a todo el cuerpo de bomberos y policia madrileño. Lo más raro es que en ninguno de los lugares se habían encontrado a las incontables víctimas que deberían haberse producido.
No había cuerpos, aunque se sabía de docenas de desaparecidos en cada uno de los lugares.
La tele siguió dando sus reportajes y ya no le presté demasiada atención. El día pasó rápido. Yo en el ordenador, jugando a “call of duty” y bebiendo algo de coca-cola de vez en cuando. Por la tarde llegó mi madre preparó la cena y me fui a dormir supuestamente claro, ya sabeis que continué haciendo durante practicamente toda la noche, ¿no?